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el fantasma de la pulchra leonina

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Margarita se ha levantado hoy a las cinco y media de la mañana, ha saltado de la cama y se ha metido directamente bajo el chorro de agua fría de la ducha que la ha terminado de despejar. Un rápido desayuno y allá va, escaleras abajo, sin esperar al ascensor.





Margarita estudió un módulo de turismo el año pasado y lo ha compaginado con otro de restauración de bienes artísticos impartido por la afamada Escuela de Artes de León. Ha destacado sobradamente en su promoción, por lo que ha sido contratada recientemente como guía oficial de la catedral, para apoyar la plantilla de verano que en estos días de alta demanda se encuentra absolutamente desbordada.





Conoce León y la historia de la catedral como la palma de su mano, pero sabedora de los mil misterios que esta encierra, se ha decidido a solicitar un permiso especial al cabildo, para abordar un estudio exhaustivo . Es un permiso que se concede en muy raras ocasiones, los miembros del comité de aprobación son conservadores y reacios a dar carta blanca al primero que se presenta. Hoy, a las 9 de la mañana, el tribunal de expertos que ha valorado durante tres largos días su informe, ultimará la decisión en esta entrevista definitiva.





Con los nervios a flor de piel, ha mantenido valientemente casi dos horas de inquisición, de preguntas y respuestas. Los tres miembros del tribunal, por unanimidad, han accedido a mecenar su proyecto, han concedido a Margarita un pase especial que le da paso franco a cualquier zona del complejo catedralicio, unido a un voluminoso manojo de llaves y a un pequeño teclado electrónico que controla todos los sistemas de seguridad, para que en su libre deambular a cualquier hora del día o de la noche aquellos no empiecen a lanzar avisos de alarma a la centralita de seguridad, ni a la policía.





Ha decidido comenzar sus investigaciones por las noches, justo después de que los ríos de visitantes ruidosos y molestos, son invitados a abandonar el templo por el personal que atiende a los turistas, y un poco después de que el último de los trabajadores se marcha para su casa.





Y entonces comienza Margarita, siempre con un paseo muchas veces sin rumbo, en semipenumbra, para acostumbrar sus sentidos a la oscuridad sólo profanada por una potente linterna de led que lleva ceñida en su frente, y para acondicionar su espíritu al silencio y al estudio.





Es difícil compaginar su trabajo diario con estas horas nocturnas robadas a la fortaleza y entusiasmo de su juventud, pero la ocasión lo merece. Es su sexta noche aquí y el cansancio empieza a hacerse notar. De pronto, por el rabillo del ojo, algo en las alturas llama su antención. Una sombra se desplaza sigilosa por el pasillo del primer piso, justo bajo las vidrieras de la fachada norte. Levanta la vista alarmada. En efecto, claramente recortada por la tenue luz que emite la luna en creciente, contra el muro de colores azulados del panel de vidrieras, una sombra humana deambula agazapada hacia la cabecera, donde desaparece justo al comenzar la curva del ábside.





— ¿Un ladrón? ¡Imposible! — la estancia está barrida por sensores de todo tipo que saltarían las alarmas incluso si de un pequeño pajarillo se tratase. Aun así  ha echado a correr hacia la escalera de caracol de la torre norte para acceder a la primera planta, en su persecución. Sube la escalera saltando de tres en tres los escalones, bien pegada a la pared derecha. La voz de su profesor de historia, que amenizaba las clases con toda clase de anécdotas y chascarrillos, resuena en su cabeza "—¿sabíais que todas las escaleras de caracol en torres y fortalezas están construídas como una espiral levójira a izquierdas, de forma que se asciende siempre dejando el muro en nuestro lado derecho?, pues bien, esto es así para que en caso de un ataque, el guerrero asaltante ve sus movimientos entorpecidos, porque no puede sujetar su espada de combate ni mover libremente el brazo derecho, que no hace más que chocar con el incómodo muro, mientras que el defensor goza de total libertad de movimientos porque su lado derecho da al vacío, sin mencionar además la ventaja de que ataca con maldobles multiplicados por la altura de cuatro o cinco escalones más arriba, lo cual es una ventaja considerable en la defensa ... —"





— No tengo otras armas que mis manos, pero serán suficientes si te alcanzo— piensa, palpitando su corazón como una locomotora, bombeando adrenalina a todos sus músculos.





Cuando llega a mitad del corredor se detiene un momento. Allí está, al otro lado del ábside, sobre la capilla de San Antonio. Está señalando con el brazo extendido hacia abajo. — Sabe que le sigo, pero ¿qué señala?— Al dar la vuelta por el abside las columnas entorpecen su visión y cuando llega al punto en que le vió hace unos segundos, ¡ya no está!. Al bajar la vista ve una figura sentada en el banco corrido de la pared, inclinada como si mirase algo sobre la piedra. Otra carrera por el pasillo de la fachada sur, tras unos minutos... no hay nadie. Alza la vista furiosa de rabia y frustración hacia las vidrieras... Esta vez juraría que la figura de Simón el Mago, en el vitral frente a ella, ha cerrado y abierto los ojos. — Díos mío, me estoy volviendo loca—





Con el teléfono en su mano, a punto ha estado de marcar el número de la central de seguridad, pero también tendría que relatar el guiño de Simón, además, ningún sensor ha detectado la presencia de nadie en la catedral, es imposible ¿quién la iba a creer?. Confusa y derrotada física y mentalmente, sale a la calle mientras apaga el inhibidor que permite su sóla presencia en el interior del templo. — Ay, necesito descansar — Por suerte, mañana es lunes y es su día de descanso.





***





Durante toda esta semana, noche tras noche, han sucedido cosas: primero los hombres verdes cuyas caras asoman entre el follaje de las vidrieras bajas, que representan el mundo natural, han sacado sus lenguas verdes y la estuvieron haciendo burla, pero sólo los que estaban al lado del que ella observaba directamente, como esas ilusiones ópticas en que se mueven los puntos, excepto al que miras. A media semana todas las figuras de un vitral de profetas del antiguo testamento han estado animados entablando una conversación entre ellos, mirándola de reojo como si estuviera loca. En el propio rosetón, el que deja entrar la última luz de poniente, algunos ángeles han dejado de tocar las trompetas y la han dedicado alguna pedorreta, con los mofletes hinchados como el pellejo de una gaita. Por supuesto, la sombra de dos hombres la ha acompañado todas estas noches, invariablemente, siempre acaban sentados en el mismo lugar, en el banco de piedra frente a la capilla de San Antonio. Nunca ha podido acercarse a menos de diez metros de ellos, siempre desaparecen como por arte de magia.





El domingo por la noche es luna llena, Marga está sentada en uno de los bancos del trascoro, la mitad de los tubos del órgano suben hacia el cielo como todo parece ascender en este lugar, la otra mitad a su espalda, aguardando con paciencia a que un maestro organista los haga sonar como las mismísimas trompetas de Jericó, y llenen el templo de notas, arpegios y acordes, casi ensordecedores, que cuando callan aun resuenan en el alma de los cientos de personas que acuden durante la temporada de conciertos de septiembre a noviembre. Entre sus manos una reflex Nikon montada con un teleobjetivo de 300 mm y lista para capturar cualquier cosa que salga de lo normal. Necesita pruebas para demostrar su cordura, si se le ocurre relatar cualquier cosa de las tantas que ha visto le quitarán sin duda no solo su privilegiado permiso de estudio, sino quiza su propio trabajo de guía.





Hoy parece que saben que lleva una cámara, no la han hecho burla ni abandonan sus poses eternas de vidrio de colores, ni soplan gaitas, ni le muestran obscenamente sus genitales los viejos grabados en la madera de los bancos del trascoro, donde ahora los enfoca, y los provoca para que lo repitan. Malditos duendes, pellejeros, pendencieros y bromistas pesados. Los que sí han hecho acto de presencia son los dos hombres, que se sientan a charlar animadamente, en el mismo punto en el banco de piedra, noche tras noche.





Se desliza con todo el sigilo posible sobre la capilla. Desde la distancia, agazapada en la galería del primer piso, oculta en la semipenumbra, aguarda pacientemente disparando en silencio fotografías a la pareja. Son las seis y diez de la mañana y el sol naciente empieza a asomar por levante. Al cabo de pocos minutos el primer rayo de sol entra directos por las ojivas del vitral e ilumina claramente a los dos canteros, sus macetas y punteros a un lado, están moviendo fichas redondas de colores sobre el banco de piedra, por turnos, están jugando al tres en raya. Marga les increpa — eh, vosotros dos —, los hombres miran sonriendo hacia arriba, y Marga dispara la última ráfaga. — ya os tengo —





Cuando ha llegado a casa con los nervios a flor de piel y la excitación del éxito asegurado, ha encendido su ordenador, ha volcado las fotos y ha abierto el programa de visualización. Ninguna fotografía muestra a los dos hombres burlones, mirando directamente a su cara en claro desafío. Después de ampliar y rastrear cada pixel de las imagens sólo unas marcas en la piedra, en forma de tablero de tres en raya, quedan como testigos silenciosos de lo que allí ha ocurrido.





***





Dos años después Margarita ha publicado un libro de éxito que desgrana cada leyenda, cada mito, cada historia escondida tras las viejas piedras. No hay mención a un descubrimiento que hizo poco después de los acontecimientos, en el archivo catedralicio, donde en elegante letra inclinada se recojen dos sanciones que el maestro cantero aplicó a dos de sus aprendices, los cuales fueron pillados en dos ocasiones holgazaneando y jugando a tres en raya sobre un banco de piedra frente a la capilla de San Antonio, justo en el lugar donde el primer rayo de sol entra por las mañanas. Ambos fueron expulsados del gremio.

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