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Me llamo Jebediah S. Shellby y soy el capitán de este barco maldito, único superviviente de una tripulación de 150 hombres, junto con mi segundo de abordo, el señor Smith.
El señor Smith ha sido listo y rápido, sobre todo rápido, y se ha hecho con una pistola y suficiente munición para aguantar vendiendo cara su vida. Me gustaría que fuese mi mano la que sujeta esa pistola y me bastaría una única bala para quitarme la mía.
Ni las ratas se mueven, están juntas al otro lado, en compacta comunidad, no emiten un sólo chillido. Qué listas son, cómo huelen la muerte.
El hambre y sobre todo la sed son superiores a mi miedo. Levanto mi culo sajón mojado y maloliente y me armo de la poca dignidad que me queda, decidido a llegar al puente, hacerme con la pistola del Sr. Smith y acabar con todo esto.
La extraña enfermedad se declaró hace ya dos semanas y acabó de forma muy desagradable en sólo unas horas con gran parte de la tripulación. Sólo queda un puñado que no creo que llegue ni a cinco de ellos que, por motivos que no acierto a comprender, se resisten a abandonar este mundo de los vivos.
El problema es que, a falta de alimentos, han decidido unir sus fuerzas y atacan como en manada a todo el que encuentran más sano que ellos, y se lo comen. El Sr. Smith y yo mismo somos los últimos y nos buscan de forma desesperada.
- Sr. Smith, ¡ábrame, por su vida! …
- Ssshh Pero baje la voz, capitán. Está usted loco.
- Pues claro que estoy loco, maldito bastardo. Cómo voy a estar cuerdo después de lo que ha pasado. Apártese y déjeme entrar, y deme esa pistola, pedazo de bestia, si no quiere que le arranque la piel a tiras.
Minutos después, reconfortado por un poco de agua y algunos restos de carne seca que escondía obstinadamente el Sr. Smith sin intención de compartir, hasta que ha cedido después de casi abrirle la cabeza a culatazos.
Lamentablemente, la lucha y la posterior agonía del Sr. Smith ha atraído la atención de la jauría y están aporreando la puerta, esta vez ayudados con un buen trozo de viga a modo de ariete. No resistirá mucho más.
Al fondo de la habitación, esperando el momento final, apunto la boca del C. B. & Sons contra mi sien, rogando al buen dios que no tiemble mi mano cuando en el momento final haya de quitarme la vida con el honor que debo a mi apellido. Ningún S. Shellby ha muerto con deshonor desde que se recoge el árbol genealógico de mi estirpe y no voy a ser el primero.
Maldito seas por siempre, Smith… has gastado todas las balas.
Llevo casi tres días escondido tras unos bultos con cueros en la sentina de carga del HSS Pride. El olor de las aguas estancadas sin achicar que empapan mis pies es nauseabundo. El acre olor de los cueros en fermentación es peor.
Me llamo Jebediah S. Shellby y soy el capitán de este barco maldito, único superviviente de una tripulación de 150 hombres, junto con mi segundo de abordo, el señor Smith.
El señor Smith ha sido listo y rápido, sobre todo rápido, y se ha hecho con una pistola y suficiente munición para aguantar vendiendo cara su vida. Me gustaría que fuese mi mano la que sujeta esa pistola y me bastaría una única bala para quitarme la mía.
El señor Smith está atrincherado en el puente de mando. Hasta hace unas horas he oído claramente sus blasfemias y varios disparos pero hace ya un tiempo que el silencio es absoluto, a excepción del rumor del agua contra los costados del barco ¿o son los pequeños ruidos de ellos, intentando ocultarse para debilitar mi voluntad y que me asome a cubierta?
Ni las ratas se mueven, están juntas al otro lado, en compacta comunidad, no emiten un sólo chillido. Qué listas son, cómo huelen la muerte.
El hambre y sobre todo la sed son superiores a mi miedo. Levanto mi culo sajón mojado y maloliente y me armo de la poca dignidad que me queda, decidido a llegar al puente, hacerme con la pistola del Sr. Smith y acabar con todo esto.
Aprovechando la noche me he ido arrastrando por estas sucias tablas, buscando los rincones más oscuros de esta negrura total y he conseguido llegar al puente. Algunos de la tripulación siguen buscándome, aprovechando la noche como yo, pero la suerte me ha sido propicia, no me he cruzado con ellos.
La extraña enfermedad se declaró hace ya dos semanas y acabó de forma muy desagradable en sólo unas horas con gran parte de la tripulación. Sólo queda un puñado que no creo que llegue ni a cinco de ellos que, por motivos que no acierto a comprender, se resisten a abandonar este mundo de los vivos.
El problema es que, a falta de alimentos, han decidido unir sus fuerzas y atacan como en manada a todo el que encuentran más sano que ellos, y se lo comen. El Sr. Smith y yo mismo somos los últimos y nos buscan de forma desesperada.
Reuniendo las últimas fuerzas me descuelgo por la borda hasta las ventanas del puente de mando. Golpeando de forma imperceptible los cristales clinc clinc clinc
- Sr. Smith, ¡ábrame, por su vida! …
… – Sr. Smith, soy yo. No estoy contagiado, se lo aseguro. ¡Abra!
Se abre de repente la ventana y aparece la gorda y preocupada cara del Sr. Smith justo detrás del cañón de una pistola Christopher Bradley & Sons de una pulgada de ánima, capaz de volar la cabeza de un individuo a 30 pasos sin dejar restos.
- Ssshh Pero baje la voz, capitán. Está usted loco.
- Pues claro que estoy loco, maldito bastardo. Cómo voy a estar cuerdo después de lo que ha pasado. Apártese y déjeme entrar, y deme esa pistola, pedazo de bestia, si no quiere que le arranque la piel a tiras.
Minutos después, reconfortado por un poco de agua y algunos restos de carne seca que escondía obstinadamente el Sr. Smith sin intención de compartir, hasta que ha cedido después de casi abrirle la cabeza a culatazos.
Lamentablemente, la lucha y la posterior agonía del Sr. Smith ha atraído la atención de la jauría y están aporreando la puerta, esta vez ayudados con un buen trozo de viga a modo de ariete. No resistirá mucho más.
Al fondo de la habitación, esperando el momento final, apunto la boca del C. B. & Sons contra mi sien, rogando al buen dios que no tiemble mi mano cuando en el momento final haya de quitarme la vida con el honor que debo a mi apellido. Ningún S. Shellby ha muerto con deshonor desde que se recoge el árbol genealógico de mi estirpe y no voy a ser el primero.
Ya han echado abajo la puerta y, tras un instante de incredulidad, se me echan encima, espumarando por la boca como olas en los rompientes de Dover, rabiosos de sed y de hambre de sangre. Con una sonrisa de desprecio infinito aguardo hasta el último instante, cuando ya casi me han echado mano, y aprieto triunfante el disparador.
Maldito seas por siempre, Smith… has gastado todas las balas.
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