Durante algún tiempo estuve ayudando con el ordenador, componiendo los trabajos, diseñando todo tipo de material de imprenta, cartas, calendarios, tarjetas de visita, formularios, revistas, en entorno Corel Draw (he visto todas las versiones de Corel desde la 5 que trabajaba bajo Windows 98 a duras penas.
El caso es que unas navidades, no recuerdo exactamente el año, apareció en la imprenta un señor alto, distinguido, muy elegante, con un trabajo que consistía en imprimir unos tarjetones para felicitar las fiestas a su familia. Enrique es periodista, ha trabajado toda su vida en varios periódicos, es exigente: el papel y los sobres han de ser de buena calidad, la impresión tiene que hacerse en offset, de modo tradicional, y tiene que quedar todo perfecto. Supervisa las pruebas de impresión personalmente, coma a coma, hasta que todo queda a su gusto.
Hasta llegar a la versión definitiva de aquel primer trabajo, vino a visitarnos en dos o tres ocasiones. Saluda con una amabilidad exquisita, habla pausadamente y su voz resulta muy agradable, su vocabulario académico es reflejo de una cultura apabullante. Se quita su sombrero y se sienta a mi lado, me dicta, me indica, me corrige, imprimo, corrige, reimprimo — ya está, Jesús, así —
Mientras tanto no deja de hablar. Habla de muchas cosas. Es un verdadero placer escucharle porque Enrique ha vivido mucho, sabe mucho y transmite paz, tranquilidad, bonhomía, por todos los poros.
Año tras año, regresa por las mismas fechas con un nuevo trabajo, una pequeña poesía de su puño y letra, dedicada a su familia. Año tras año, en la dedicatoria, aparecen nuevos nombres. Es una familia muy numerosa. Año tras año, con interés y curiosidad, asisto al mismo rito de probar, corregir, imprimir, una nueva felicitación.
Llegué un día a casa y dije: — Mamá, quiero ser periodista —
Enrique Cimas
A pesar de la diferencia de edad, tengo a Don Enrique, por un amigo de toda la vida y, aun después de haber dejado de trabajar en la imprenta, siempre pregunto — ¿qué ha escrito Enrique este año? —
En 2009 publicó Pulsos de León y otros latidos, una recopilación de textos que ha ido publicando en diversos medios, escribe sobre León, viajes, anécdotas, vivencias,... En 2013 tuvo la enorme atención de regalarme un ejemplar del mismo, con una dedicatoria a mi familia tan amable y cariñosa..., con la correspondiente felicitación navideña El rastro de Dios, y un marcapáginas que no necesité porque lo leí de carrerilla.
Los latidos de mi afecto llegan en esta ocasión a todos los miembros de la ejemplar familia Salcines Alonso;
con el abrazo del autor.
Gracias, Cimas, por tu valiosa amistad.
P.S. he preferido ilustrar la cabecera de este post con un dibujo que me regaló Chuca, su hija, donde me representa como analista de laboratorio, con esa visión tan personal que tiene Chuca de las cosas y las personas. De sus dibujos hablaremos en otra ocasión, también merecen un post.
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