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el profesor

Cada vez que utilizo un esquema o un dibujo para ilustrar mis entradas en el blog no puedo evitar recordar a quien fue uno de los mejores profesores que jamás he tenido en mi vida. Tuve la inmensa suerte de coincidir en el espacio-tiempo con Manuel Fernández Rodríguez, profesor de dibujo técnico en el Colegio Corazón de María, en los años 80. Ha sido un privilegio haberlo conocido primero como profesor, y luego como amigo.

Tendrías que haberlo visto dibujar en la pizarra con un trozo de cuerda y tizas de colores una vista en perspectiva cónica, con más precisión de la que puedes alcanzar con escuadra, cartabón y compás en un A3 en tu casa...

Este ejercicio de una penetración en sistema diédrico se convirtió en un objeto 3d de cartulinas roja y  azul de alta calidad, compradas en la todavía abierta Librería Industrial de Gijón. Manolo me puso 10 y la expuso en el Colegio durante años (mi hermano me dijo que aun la conservaban años después).

El caso es que a raíz de aquel post  empecé a buscarle por internet, pero con el nombre y apellidos (tan comunes) no apareció nada. Combinando palabras clave: profesor, dibujo, técnico,... encontré por pura suerte un artículo que publicó La Nueva España con una entrevista a Manolo, toda una biografía. Encontré además un comentario que hizo en un blog sobre dibujo técnico sugiriendo la corrección de un punto mal fugado, era exigente Manolo. Envié un correo solicitando su mail o un teléfono de contacto al Colegio y al periódico (sin respuesta en ambos casos). Por fin, en LinkedIn aparece una persona que se ajusta a su perfil. Obtengo un correo. Escribo... Al cabo de unos días hay respuesta. Manolo se pone en contacto conmigo, me envía novedades, apuntes, libros en pdf con trabajos que ha ido publicando.

A lo largo de los meses, después de cruzar varios correos llegan malas noticias. Está en el hospital, recuperándose de una operación para atajar una grave enfermedad.

Salcines, unos compañeros de colegio tuyos, cirujanos de renombre, me han reconectado los intestinos y me han dado una prórroga.

Mantuvimos desde entonces una correspondencia periódica poniéndonos al día de nuestras ajetreadas vidas.

En
uno de sus correos, el más triste porque ha sido un año muy duro para él, acaba
con esta bendición irlandesa que la gente coloca en la puerta de sus casas por dentro, para
que quien salga la lea
Que el camino se te enderece,
que el aire sople a tu espalda,
que el sol te acaricie con sus rayos,
que la lluvia caiga con suavidad sobre tus campos

y hasta que nos volvamos a ver
que Dios te lleve en la palma de sus manos.
Un
año después, también en octubre, el último correo. Parece que tras
varias operaciones, mis compañeros cirujanos han conseguido que su
sistema digestivo funcione. Nos intercambiamos el teléfono y hablamos en
varias ocasiones. A pesar de lo mal que lo está pasando en el hospital,
todavía convaleciente, su humor es excelente. Bromea de su propia
desgracia, con la despreocupación de uno que no teme por su vida, ni por
lo que pueda pasar después, sabedor de que después viene lo mejor.

Entonces,
otro dato que aparece por internet, me da una dirección un tanto
ambigua. En diciembre de ese año, aprovechando que estoy en Gijón
pasando los días de Navidad con mi familia, me agarro el coche y, sin avisar, me planto
en el pueblo. Es un pueblo pequeño, después de parar en dos casas
preguntando por Manolo, una vecina me ayuda.

Me acerco a la
verja y sale el perro ladrando como una fiera. La chica que tiene
ayudando en la casa sale a ver....
— ¡ Manolo, un señor que pregunta por
tí !—

— ¡voy, ho!—

Por entre la huerta que viene extrañado hacia la cancela, y
seguramente murmurando por lo bajo pensando si un vendedor de seguros o
quién narices le viene a importunar. Viste mono de trabajo azul, calzando unas botas de agua llenas
de barro.

—¿Quién yes, ho? — 
—Soy yo, Salcines — ...

Abre
los ojos como platos, acelera el paso y me abre la verja, los brazos
abiertos de par en par ...
— ¡ Coño, Salcines !, pero qué sorpresa ho , pasa home, pasa—

Manolo tiene un marcado acento bable.

— Pillásteme en faena, toi
faciendo un horno, para el cabrito que comemos en Año Nuevo los
amigos...
pero pasa home, pasa padentro, cagüen la mar, Salcines —

Lo
deja todo. Me enseña el horno en el taller donde trajina con sus cerámicas, un torno para madera, herramientas de todo tipo, para todas las
artes, por todas partes. Me enseña la casa, de abajo a arriba. No para
de hablar. La casa es simétrica, está estudiada a conciencia siguiendo
directrices zen de habitabilidad y uso inteligente, orientada en el eje
este-oeste, aprovechando el sol al máximo.

En la planta superior,
el sancta sanctorum, un estudio que ocupa la mitad de la planta de la casa. A
la derecha, según entras, hay unos trazados en tiza de colores sobre una
pizarra; me explica que está resolviendo las homologías 3d de una
elipse, que tiene no sé cuantas soluciones y que ya ha resuelto la
mayoría. Sobre una mesa de caballetes, papeles, pruebas, esquemas. Me
enseña su Mac de pantalla de 27 pulgadas, 16 gb de RAM, disco duro de
1Tb de estado sólido, corriendo Windows en una máquina virtual. Reímos la ocurrencia. Flipo. Charla muy animada con Manolo, siempre le
ha gustado hablar y hablar. Está muy orgulloso de ser uno de los pocos
profesores que entrega, a principio de curso, unos apuntes muy
elaborados de su asignatura, a todo color, horas de trabajo para editar
un pequeño libro
— los doy gratis, Salcines, sólo cobro las fotocopias —
dice, muy solemne.
La proyección de un punto en el plano es como la caca de una gaviota que va volando sobre la tierra
                                                                                                                                    Manuel Fernández


Nos
hemos intercambiado regalos (Navidad está cerca). Por mi parte una
sanguina que encabeza este artículo, por la suya una
cerámica que guarda el
secreto de una técnica muy especial de trabajar la arcilla blanca, a la
que añade pigmentos que generan diseños que recuerdan fractales.
Matemática, geometría, química, física... maestro multicientífico mi
buen profesor, mi segundo Leonardo...



Pocos
después Alvaro, compañero muy apreciado del Codema (Corazón de María,
Gijón), me comunica que Manolo nos ha dejado. Don Manuel Fernández
Rodríguez se reunió con su amada esposa Balbina y con "El Jefe" el 22 de abril, a los 77 años de edad. 

Hasta que nos volvamos a ver, que Dios te lleve en la palma de sus manos.


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